lunes, 9 de enero de 2012

Robledillo, un pueblo olvidado.

Calles de Robledillo en la actualidad con dos pequeños habitantes


En 1939, allá en los montes de Toledo, en un pueblo aislado llamado Robledillo, desconocido por muchos en aquella época, vivía una familia entre medio centenar de casas con sus respectivas familias soportando las durezas del fin de la guerra, vivían como podían, mejor dicho, intentaban sobrevivir en aquel mar de venganzas, pobreza y continuas muertes, donde la mayoría de los días de la semana ocurrían sucesos; historias que poco a poco son olvidadas, pero no perdonadas.

Tras despertarse la familia De la Torre con los primeros rayos de sol, comenzaba un día duro, sobre todo para la mujer de la casa y todas sus hijas. El padre, por el momento en paradero desconocido. Lo último que se supo es su marcha para afrontar una dura batalla al frente, junto al ejército nacional. Tras despertarse el desayuno aguardaba, un mísero trozo de pan. Cuando se acababa el “suculento” desayuno las hijas iban con cubos hacia el río, era necesario tener algo de agua potable en casa para el resto del día. La madre acompañaba a estas hacia el río, pero con otra labor, fregar la ropa sucia con una plancha de madera para poder frotar la ropa contra esta. Algunos días, no todos se daban un baño en el agua recién llegada de la montaña para quitarse la mugre.

De vuelta a casa, casi todos los días, se encontraban con escenas algo escabrosas, e incluso desagradables, era corriente ver como se producía un fusilamiento de unas pobres gentes, tras ver ese horripilante asesinato, mas tarde, llegaban los rumores del porque han sido castigados y condenados a muerte, casi todos los fusilamientos lo mismo, sucia venganza entre familias, rencor acumulado, incluso mentiras, todas estas cosas, bien presentes en el ser humano, se desvanecían tras una ráfaga de disparos. Siempre igual.

Cuando la noche llegaba las velas y los candiles se encendían, la casa tenía un cierto olor a tela quemada y aceite, los trapos empapados ardían como siempre, indiferentes al mundo. De cenar, lo mismo que siempre, caldo, sobrante de la comida de todos los dias, garbanzos. Tras esta simple cena, la paja en el establo y en las pequeñas habitaciones estaba preparada para recibir a las cansadas y pesadas almas que vivían en aquella casa.

Llegada de nuevo la mañana, se hacia lo de siempre, un escaso desayuno, un paseo hacia la rivera del río, y vuelta a casa. Algunos días la llegada el pueblo era tranquila, parecía que ese día ninguna familia o persona iba a ser asesinada, así es, algunos días los rifles simplemente eran paseados. Cuando la familia De la Torre se encontraba con estas situaciones, un especie de alivio invadía su cuerpo, un rayo de esperanza del fin de aquellas atrocidades relucía, pero el desgarrado grito de un niño que reclamaba a su madre, a su querida madre, les privaba de ese pequeño rayo de esperanza. Entre toses, lloros y gritos, se podía escuchar al pequeño gritar: “¡Madre, madre!” Sí, parecía lo mismo que otros días, un niño abandonado por su propios padres, el pobre niño vagando por las cortas calles de aquel pueblo, sin posibilidad de sobrevivir, era dejado a su suerte, por unos padres que ni podían, ni querían mantener a su hijo. Algunos días no se escuchaba a un solo niño, si no a varios hermanitos que se paseaban entre gritos y sollozos.

Un día, después de la visita al río, se acercaban a su casa, cuando la madre se percató de que la puerta de su casa estaba abierta, la alegría invadió su cuerpo, su querido marido había vuelto. Tras entrar corriendo al pequeño patio se encontró con una persona, casi sin conocimiento tirada en el suelo.

Era un refugiado de guerra, escondido en las montañas, sin comida, perseguido y casi sin vida. La familia De la Torre acogió a este pobre hombre, no dormía en aquella casa, simplemente le ofrecía comida, escasa y en malas condiciones, pero comida. El refugiado bajaba de la las montañas, donde tenía su escondite, para poder alimentarse. Todos los días, meses, incluso llego al año y puede que hasta dos años alimentando a un ser que su vida consiste en ocultarse, en no ser visto, se podría decir que ni existía.

Las cosas en Robledillo se iban calmando, ya no se veía apenas un fusilamiento, o algún cruel abandono, el marido y cabeza de familia de los De la Torre había vuelto, y el refugiado de guerra pudo abandonar su escondite, en agradecimiento a la familia, les regaló una buena cabra por todo lo que había hecho aquella familia por él. Poco a poco la vida en aquel pequeño pueblo, desconocido por todos, se iba olvidando de todas las atrocidades cometidas, pero no perdonando.



1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho la sensibilidad que desprende esta entrada.
    Atentamente,

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